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Perdonar el dolor: Elegir la libertad

Cuando el recuerdo aún duele

Una amiga me contó una vez que evitaba cierta calle porque pasaba por su antiguo trabajo. El trabajo terminó mal, y la acera le dolía como una magulladura que seguía presionando sin querer. Quizás te suene familiar.


Un lugar, una canción o un nombre que trae de vuelta el dolor.

Quieres seguir adelante, pero tu corazón revive una y otra vez la escena. Si te preguntas cómo empezar a perdonar a los demás, superando el dolor, con la ayuda de la palabra de Dios, no estás solo/a. Yo también tuve que aprenderlo poco a poco, paso a paso, y quiero compartir contigo lo que me ayudó.


Qué es el perdón y qué no lo es

El perdón es la decisión de liberarse de la deuda que alguien tiene contigo. No es fingir que el daño nunca ocurrió. No es decir que el dolor no importó. No es confianza instantánea ni reconciliación automática. La Palabra enseña que Dios perdona a quienes se vuelven a Él, y estamos llamados a perdonar porque hemos sido perdonados. Eso significa que entrego el caso al tribunal de Dios. Él puede juzgar con una sabiduría que yo no poseo. El perdón es un acto de fe que afirma que Dios puede impartir justicia mejor que yo, y que también puede sanar lo que fue roto en mí.


Por qué el perdón es importante para tu salud y tu alma

Guardar rencor da una sensación de poder momentáneo, pero con el tiempo agota la energía. El sueño se resiente. La alegría se desvanece. Las relaciones se tensan porque el dolor se extiende a otros ámbitos. La palabra nos recuerda que la amargura es como una raíz que se propaga y asfixia la vida. Cuando perdonamos, el cuerpo se relaja y la mente tiene espacio para pensar en algo más allá de la herida. Sobre todo, el perdón abre paso a la paz. Abre la puerta para que Dios haga crecer cosas nuevas en un campo que antes estaba arrasado.


Los obstáculos más comunes a los que nos enfrentamos

Tememos que perdonar signifique volver a sufrir. Nos preocupa que, si dejamos ir, la otra persona se salga con la suya. A veces, el dolor está ligado a una pérdida real e irreparable, lo que hace que el perdón parezca injusto. Otro obstáculo es el tiempo que pasamos esperando. Anhelamos un momento grandioso que lo arregle todo, cuando en realidad el perdón suele funcionar como la rehabilitación tras una lesión. Los pequeños pasos firmes fortalecen. Algunos días avanzas. Otros te sientes estancado. Eso no significa que estés fracasando. Significa que eres humano.


Cómo la palabra nos guía paso a paso

La Palabra no ofrece soluciones fáciles. Nos muestra un camino. Nos invita a ser bondadosos y compasivos, y a perdonar como hemos sido perdonados. Nos dice que no paguemos mal por mal, sino que venzamos el mal con el bien. Nos exhorta a cuidar nuestro corazón, porque de él brota la vida. Nada de esto disminuye la gravedad del daño. Nos eleva la mirada a un Dios que lo ve todo y, aun así, nos invita a la libertad. Al leer estos pasajes, no escucho reproches. Escucho a un Padre que dice que hay un camino mejor que quedarse estancados en la herida.


Pasos prácticos para perdonar cuando aún duele

Nombra la herida con sinceridad. Escribe lo que pasó y cómo te afectó. Sé específico. No estás justificando nada. La estás afrontando. Suelo usar frases cortas: Esto es lo que hicieron. Esto es lo que perdí. Así es como aún se manifiesta. Las palabras sinceras ayudan a disipar la niebla de la ira vaga.


Ora por los hechos, no solo por los sentimientos.

Cuéntale a Dios lo que pasó y cómo te sientes hoy. Luego, incluye Su palabra en la oración. Por ejemplo, podrías decir: «Me pides que perdone como he sido perdonado. No puedo hacerlo solo. Ayúdame a liberarme de esta deuda y entregártela a Ti. Tu palabra dice que estás cerca de los que tienen el corazón roto. Acércate a mí ahora». No estás citando para impresionarlo. Estás aferrándote a la verdad cuando tus emociones fluctúan.


Elige un primer lanzamiento

Imagina la deuda como un pagaré que tienes en tus manos. Di en voz alta, aunque sea suavemente: «Hoy te entrego esta deuda». Haz esto a diario durante un tiempo. El perdón suele ser una práctica antes de convertirse en sentimiento. Cuando el recuerdo regrese, repite la liberación. Esto no significa que ignores los límites saludables, sino que te niegas a seguir cargando con la culpa.


Establece límites sin venganza.

Si la persona representa un peligro, mantén la distancia. Si se rompió la confianza, reconstruye la relación poco a poco con términos claros. Perdonar no implica volver a exponerte al peligro. La palabra nos llama a la paz y la sabiduría, no a la negación. Los límites permiten que el perdón arraigue sin causar nuevas heridas constantemente.


Reemplaza el bucle

Los recuerdos dolorosos tienden a repetirse. Prepara una frase corta que los sustituya, usando la palabra que los origina, para romper ese bucle. Por ejemplo: Elijo perdonar como he sido perdonado. No pagaré mal por mal. Dios ve y sana. Que sea sencilla. Repítela cuando el bucle comience. Con el tiempo, tu mente aprenderá un nuevo camino.


Haz una buena acción en silencio.

Si es apropiado y seguro, realiza un pequeño acto de bondad en silencio relacionado con la situación. Podría ser orar pidiendo bendiciones para el crecimiento personal de la persona. Podría ser hablar bien de ella en un contexto neutral, en lugar de haber intentado un ataque personal. No fuerces este paso antes de tiempo. Cuando estés listo, te liberarás del impulso de venganza y encontrarás paz interior.


Ejemplo de la vida real

Un amigo me prometió ayuda con un proyecto, pero luego se echó atrás a última hora y me dejó con las consecuencias. Durante semanas, reescribí la historia en mi cabeza y preparé discursos que él jamás escucharía. Finalmente, me senté con una libreta y escribí lo sucedido, lo que perdí y lo que temía. Oré con las palabras que mencioné antes. Elegí una primera versión y la repetí constantemente. Puse límites y no acepté trabajar con él durante un tiempo. Meses después, cuando su nombre surgió en una reunión, resistí la tentación de criticarlo y, en cambio, destaqué sus virtudes. Ese pequeño gesto me demostró que mi perspectiva había cambiado. El recuerdo aún dolía, pero ya no me dominaba.


¿Y si nunca piden perdón?

Aún puedes perdonar. El perdón es tu responsabilidad. La reconciliación requiere de ambas partes y puede que aún no sea posible. La palabra nunca dice que debas esperar una disculpa para saldar una deuda. Simplemente te llama a vivir libre de ella. Si la situación implica un daño que podría afectar a otros, infórmale a las personas adecuadas y guarda un registro. El perdón y la responsabilidad pueden coexistir.


Cómo seguir adelante cuando el progreso se estanca

Prepárate para los contratiempos. Puede que una semana sientas paz y la siguiente rabia. Retoma los pasos. Relee los pasajes que te conmovieron la primera vez. Habla con un amigo o consejero de confianza que no te presione, pero que tampoco alimente tu amargura. Registra los pequeños logros, como dormir mejor o pensar menos en lo sucedido. Son señales de que tu corazón está sanando, aunque la cicatriz final permanezca.


Los beneficios silenciosos que se manifiestan más tarde

A medida que crece el perdón, notas que tienes más espacio para la alegría. Tu mente se siente más ligera. Te desenvuelves mejor en nuevas relaciones porque ya no arrastras viejas disputas a cada momento. Te vuelves más paciente con los defectos ajenos porque recuerdas los tuyos. Sobre todo, te sientes más cerca de Dios, quien nunca te pide que hagas algo que Él no haya hecho ya por ti.


De vuelta a la calle que evitaste

¿Recuerdas a mi amiga que evitaba esa vieja calle? Un día volvió a pasar por allí. No porque el pasado hubiera cambiado, sino porque su corazón sí. Eso es lo que puede lograr perdonar con palabras, incluso después de haber hecho daño. No borra la historia, pero sí cambia tu papel en ella. Si esto te ha servido, prueba uno de estos consejos esta semana: escribe los hechos, ora por la verdad y elige una primera liberación. Si tienes alguna pregunta o quieres compartir lo que te ha funcionado, deja un comentario. Tus palabras podrían ser el empujón que alguien más necesita para dar su primer paso.


Santo Hecho



 
 
 

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